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El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha anunciado su intención de llegar a Lima en abril próximo para la Cumbre de las Américas. Si es así, tan desagradable visita debería ser motivo para que todos los peruanos, siempre dentro de la ley y el orden, salgan a protestar contra la dictadura corrupta y empobrecedora que tiene oprimidos a millones de ciudadanos de ese país, algunos de los cuales están logrando escapar para tratar de tener una vida más digna fuera de sus fronteras.

Lamentablemente, Maduro está al frente de su país -aunque de manera fraudulenta- y por eso puede asistir a Lima en la mencionada reunión de mandatarios del continente. Sin embargo, eso no quita que el personaje sea rechazado por los peruanos que se solidarizan con el drama que vive Venezuela bajo las botas del chavismo, que está al frente de un país rico en petróleo al que ha llevado a la bancarrota y al hambre.

Si Maduro decide llegar al Perú, su visita será una nueva oportunidad para ver si nuestra izquierda -esa que se proclama “demócrata” y “defensora de los derechos humanos” cuando se trata de cuestionar al fujimorismo y a sus excesos y delitos de los años 90- sale a las calles a protestar contra el tirano. ¿O es que por ser un representante del “socialismo del siglo XXI” irán a darle la bienvenida al aeropuerto y a echarle pétalos de rosas?

Estamos, pues, ante esa izquierda que hace ascos a las dictaduras que no son de sus amigos, pero que calla en todos los idiomas cuando se trata de Maduro, los hermanos Castro, Daniel Ortega en Nicaragua y esos personajes que incluso califican como “emblemáticos”; aunque no les importan los muertos y los atropellos que cometen en países que manejan como su fueran sus chacras, siempre a base de eternas reelecciones.

Si se produce la desagradable visita de Maduro, sería una buena ocasión para demostrar -a pesar de algunos- que el Perú es un país democrático, empezando por el Gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski. Cabe recordar que este, desde un inicio, ha sabido enfrentarse muy bien a la dictadura de Caracas, pese a las rabietas del delfín de Hugo Chávez, a diferencia de lo que sucedía en la administración del hoy recluso Ollanta Humala.