La tímida reversión de las cifras de contagio de la Covid-19 en Perú ya está haciendo disparar optimismos fuera de lugar tanto en las autoridades como en profesionales de distintos ámbitos. Para ellos, todo queda controlado en pocos meses, la normalidad volverá a ser la de siempre en Navidad y la economía se recuperará el próximo año. Hay quienes incluso niegan que nos pueda dar el garrotazo del rebrote como viene sucediendo en Europa. ¿En serio nos vamos a pasar esta película? ¿Cómo se va a manejar la marea de gente que va a rebalsar las playas de Lima en verano? ¿Distancia social? ¿Mascarillas? ¿En una sociedad tan anárquica como la nuestra que no sabe seguir instrucciones? Utopía total.
Hay una distancia grande entre no insistir en cuarentenas que paralizan la economía y dejar las cosas al libre albedrío de la gente en medio de una pandemia que todavía estamos lejos de conocer en sus alcances y efectos. Una nueva paralización de la economía sería terrible, un golpe de knock out. Y no debe hacerse bajo ninguna circunstancia. Pero también va a ser un golpe demoledor, vender a la gente la sensación de que se dominó al bicho solo para limpiar un poco la cara de un gobierno que fracasó ante este reto. El Presidente puede decir que no debemos ser triunfalistas, pero lo que está transmitiendo últimamente es precisamente lo contrario: una arrogancia propia del que venció la epidemia – algo que no ha logrado - que para el común de la gente será entendida como una luz verde al desenfreno, la ausencia de autocontrol y por supuesto, el contagio y la muerte.
Por ello es preciso mantener las libertades pero con las salvaguardas propias de un estado de excepción. Hay que minimizar los contextos de aglomeración de gente, como playas, universidades, colegios, fiestas y reuniones sociales. No podremos evitar los mercados ni los transportes públicos. Es nuestra realidad. Cuidado con perderla de vista.