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La esquizofrenia política se ha apoderado del país, dividido entre quienes ven que el gobierno de PPK se desenvuelve normalmente, conducido por un Presidente sincero, franco, que no tiene nada que ocultar ni ha ocultado nunca nada acerca de su desempeño como alto funcionario público durante varias décadas. Junto a una primera ministra, que solo escucha por un oído y está instalada cómodamente en la nube desde donde cree que ambos gobiernan al país. Ello, a pesar de que el país acusa las consecuencias de la crisis de confianza y del desconcierto que lo paraliza.

En el otro lado están quienes consideran insostenible la situación que afecta al gobernante y a su autoridad ética y política por las pruebas que han ido emergiendo, y las mentiras que lo exhiben con una miopía que no distingue entre el interés público y el privado, que ha falseado operaciones de sus empresas que lo beneficiaron como primer ministro o ministro de Economía del gobierno de Alejandro Toledo.

Esta situación no la determina ninguna maldad, mala voluntad o desencuentro ideológico. Es simplemente una conducta que no se puede dejar pasar en un gobernante que debe tener legitimidad y autoridad moral.

Desde esta última posición ha entrado al debate una nueva moción de vacancia presidencial a la que le asisten razones atendibles, pero evidentemente tiene alto costo en una mayor inestabilidad.

Es una situación insostenible. Si el Presidente estuviera tan seguro de su inocencia dejaría la investigación en manos del Ministerio Público y de la comisión “Lava Jato”, pero sus temores lo asedian y prefiere debatirse panza arriba. No quiere renunciar, pero tampoco gobierna ni da seguridad, menos aún confianza. El Perú tiene que alejarse de la esquizofrenia y encontrar a la brevedad las respuestas a este dramático dilema. Y no será ignorando el problema como lo solucionaremos.

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