GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

En su reciente mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el papa Francisco nos recuerda que si bien el Reino de Dios ya está presente en esta tierra, no deja de encontrar fuerzas contrarias que obstaculizan su expansión. Entre ellas menciona el marcado individualismo y la mentalidad utilitarista que, multiplicados por la red mediática, producen la globalización de la indiferencia, que afecta de modo especial a los migrantes, refugiados y desplazados a causa de la violencia, las guerras, las injusticias y los desequilibrios económicos y sociales. Esta cultura del descarte “constituye una señal de alarma, que nos advierte de la decadencia moral a la que nos enfrentamos” si “cada sujeto que no responde a los cánones del bienestar físico, mental y social, corre el riesgo de ser marginado y excluido”. En este contexto, el fenómeno migratorio no es solo un asunto de aquellos que se ven obligados a abandonar su tierra, sino que es también un asunto nuestro, porque hace que salga a la luz el modo en que concebimos nuestra existencia en este mundo y el modo en que vemos a los demás, especialmente a aquellos que no son como nosotros y, en cierto sentido, se nos pueden presentar como enemigos de nuestra comodidad.

Es cierto y comprensible que las noticias sobre diversos delitos cometidos por algunos inmigrantes pueden suscitar en nosotros dudas y miedos; pero no debemos dejar que eso condicione nuestro modo de pensar y de actuar hasta el punto de ver en cada inmigrante un peligro para nuestra seguridad económica o social. La gran mayoría de inmigrantes están sufriendo muchísimo y merecen que hagamos todo lo posible por acogerlos, protegerlos e integrarlos en nuestra sociedad. Es parte de nuestra misión como cristianos. Obrando así contribuiremos a que el Reino de Dios se continúe extendiendo en este mundo. Ante el número cada vez mayor de hermanos que tocan la puerta de nuestras casas y de nuestro corazón, dejemos que brote de nosotros todo ese bien que Dios ha puesto en lo profundo de nuestro ser y que quiere que desarrollemos en beneficio de los demás. Hacer el bien nos hace bien.