Un problema tapa a otro y así estamos concibiendo nuestra manera de vivir en el norte del país. En ciudades como Trujillo, Piura, Tumbes, Chiclayo y Chimbote se espera la reconstrucción con cambios, pero sin querer nos hemos olvidado del impacto de la delincuencia, que sigue campeando y ni los operativos fiscales y policiales han logrado disuadir a los sicarios, los extorsionadores y los marcas.

Es peligroso que un crimen por encargo, una extorsión a un empresario y el asalto de los marcas hayan dejado de llamar la atención de los ciudadanos, quienes los toman como actos habituales de los últimos años. Sin duda, la lucha contra el crimen de parte de las autoridades tiene una dura batalla no solo para reducir el impacto del hampa, sino para devolverle la confianza a la ciudadanía.

Un amigo, ingeniero civil, me comentaba que había dejado las redes sociales porque gente inescrupulosa le escribía para pedirle trabajo de una manera poco cordial. Una forma muy sutil de extorsión es que a un jefe de obras de una municipalidad le pidan cupos en construcción a cambio de su paz en el trabajo y el hogar.

A otro amigo que se dedica a la albañilería le reclamaba porque su celular siempre estaba apagado. Con molestia, me respondió que lo estaban llamando para extorsionarlo y que por eso cambió de número. Él vive en un barrio donde hay muchas carencias, pero parece normal que donde el Estado brilla por su ausencia, otros hayan tomado su lugar para hacerles pagar.

Son claros ejemplos de que el hampa no ha retrocedido ni un milímetro, que siempre busca nuevas víctimas para sobrevivir en su oscuro mundo. Antes eran amenazas contra los empresarios de transporte, luego debía pagar el chofer; lo mismo pasó con la extorsión a los ingenieros o jefes de obras, ahora hasta al albañil. Y así con bodegueros y cualquier vecino que ose construir el segundo piso de su casa. En serio, nos están matando.