GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

Finalmente llegó la Pascua, la fiesta más importante de los cristianos, en la cual celebramos con particular intensidad el memorial de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo y participamos también de su victoria sobre el pecado y la muerte. La Pascua cristiana no es un invento de la Iglesia, sino que fue instituida por el mismo Jesucristo que, antes de entrar en su pasión, celebró la Pascua con sus apóstoles y les dijo: “Hagan esto como mi memorial”. Nace así la Pascua cristiana, de la cual brota el sacramento de la Eucaristía y en la cual Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, estableció la nueva alianza en su cuerpo entregado y en su sangre derramada por nosotros. La nueva alianza entre Dios y los hombres ha sido sellada, pues, en el mismo cuerpo de Cristo, y así permanece por toda la eternidad. Es una alianza nueva y eterna.

En pocas y sencillas palabras, a través de esta alianza no solo quedan perdonados nuestros pecados, que ya sería bastante, sino que por el Espíritu Santo que nos es donado como fruto de la Pascua del Señor, quedamos capacitados para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Esto significa que quedamos liberados de la esclavitud del pecado y, por tanto, de la muerte eterna (Hb 2,14-15). Con la Pascua de Cristo comienza una nueva creación; “pasó lo viejo, todo es nuevo”, dice San Pablo (2 Cor 5,17). Por eso, con motivo de esta Pascua, el papa Francisco nos ha recordado que la Pascua es como la “matriz” del cristiano, y nos ha exhortado a vivir como criaturas nuevas, no dejándonos llevar por la lógica del mundo sino buscando las cosas “de arriba”, donde está nuestra verdadera y definitiva patria (cfr. Catequesis, 27.III.2018).