El ajedrez de las relaciones internacionales cambia permanentemente. No existe en las interacciones interestatales nada estático ni absoluto. Todo se mueve en función del poder que sí tiene capacidad para determinar la orientación de los actores internacionales, aunque parezca sorprendente. Sino veamos los hechos. Todos recordamos los esfuerzos de Estados Unidos por derrocar al régimen del presidente sirio Bashar al Assad. Nunca pudo lograrlo por los vetos sistemáticos de China y Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU. La política exterior del presidente Obama estuvo centrada en este país hace tan solo doce meses y hoy da un giro extraordinario. ¿Qué lo ha provocado? La amenaza del grupo Estado Islámico de Iraq y el Levante, que comenzó sus acciones en el norte de Damasco y que cruzando fronteras ahora, prácticamente, jaquea al gobierno de Iraq al haber tomado casi las dos terceras partes del país y ha llevado al propio Obama a calificar al grupo como "algo más que una organización terrorista". La preocupación de Washington por la manera tan rápida de cómo han ganado espacio los yihadistas –para algunos a estas alturas del partido más peligrosos que el propio Al Qaeda-, ha llevado al presidente Barack Obama sin más remedio que a crear alianzas con el régimen que antes quiso derrocar. Ahora Siria estaría recibiendo apoyo de inteligencia a través de la BND, un servicio secreto alemán, lo que explicaría el alto nivel de eficacia de los ataques certeros de sus fuerzas armadas contra ciertos comandantes yihadistas. Para Estados Unidos, la clave estaría en neutralizar la base que los insurrectos mantienen en Siria –incluso pensando eventualmente en bombardearlos tal como lo ha venido haciendo en el norte de Iraq donde se encuentran pertrechados-, para luego desbaratarlos. Así está de complejo el panorama.

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