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El año 2017 será el Año de Odebrecht. Los testimonios de la “Gran Delación” amenazan con ser el huracán arrasador jamás asomado por estos lares y ofrecen una enorme cuantía de muertos y damnificados. Algunos nombres ya empezaron a salir, aún tímidamente, y otros van a tardar pero solo es cuestión de tiempo. Y cuando llegue la hora, Odebrecht será no solo un termómetro para medir el estado moralmente comatoso de la clase política peruana, sino de la que la merodea, medra y se aprovecha de ella. En otras palabras, será el novísimo instrumento ideal de medición del doble rasero, especialmente para aquellos que vociferan ¡corrupción! cuando del fujimorismo, el APRA o Castañeda se trata, pero silban y miran para otro lado si sus adláteres, socios o aliados ideológicos se ven comprometidos. Que caigan los que tengan que caer sin excepciones, maquillajes ni distingos, y que la crítica y la descalificación ética los aplaste en las mismas proporciones. Así, ojalá que en el capítulo pendiente de las revelaciones de Odebrecht se desenrolle el oscuro telón de cómo fue que Susana Villarán pagó su millonaria campaña contra la revocatoria y se aclaren las sospechas de que OAS sucursal Perú, que tiene a su cargo la Línea Amarilla, entregó 1 millón 200 mil dólares traídos desde Brasil a través de los denominados “doleiros”. Una duda más que razonable si se tiene en cuenta que nunca la siempre bien ponderada señora Anel Townsend, su tesorera de campaña, justificó el enorme desembolso del pobre partido Fuerza Social, que colocó paneles gigantescos en las mejores ubicaciones de Lima y emitió comerciales de TV en horarios estelares, ni siquiera ante la ONPE. ¿Y qué dirán en ese caso los artistas (no nos referimos a Mónica Sánchez y Christian Thorsen) del doble rasero?

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