GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

El país ha ingresado en una espiral de odio que no beneficia a nadie. Exacerbar las contradicciones es la vieja estrategia de la izquierda para pescar a río revuelto. La polarización en torno a una política del odio en la que se crean barreras que nos dividen detiene el crecimiento y nos condena a la postración. La política del odio tiene como objetivo que todos los contrincantes de la izquierda se eliminen entre ellos para que surja una candidatura progresista capaz de elevarse por encima de los cadáveres. Los grandes enemigos de la izquierda en el Perú (Fuerza Popular, el APRA, el sector provida de la Iglesia católica y los evangélicos) han sido atacados sin piedad por los aliados de la progresía, que han empleado su artillería mediática. La consigna es evidente: debilitarlos para el 2021.

Lo que no está claro es cómo reaccionará el pueblo peruano. El ataque galvaniza y genera un sentido de la resistencia que puede romper el bloqueo mediático. No nos engañemos. El Perú está inmerso en una guerra cultural incentivada artificialmente por una minoría ideológica que detenta el poder mediático e institucional. Lo que pretende esa minoría es liquidar a las mayorías e infiltrar el Estado. Los demócratas de todos los partidos tienen que reflexionar sobre qué tipo de alianzas firman para sobrevivir. Esto es pan para hoy y hambre para mañana. Cuando la izquierda debilita a sus enemigos, los aplasta y gobierna sin ellos, o los transforma en títeres de su poder.