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El país no se ha caracterizado, hace años, por la convivencia política pacífica, las lunas de miel permanentes o las treguas indeterminadas que permitan a los gobiernos ejercer una gestión serena. Por eso, se le instó al presidente Vizcarra que no descuide la presencia de operadores políticos en su nuevo gabinete, pero el Mandatario ha desoído el clamor, salvo dos excepciones. El premier César Villanueva, con experiencia en ese campo, no parece tener el temperamento y la convicción para manejarse en situaciones límite. Y Salvador Heresi podría estar más preocupado en los temas de su sector, también normalmente agobiado por los casos de corrupción que todos conocemos y esa piedra en el zapato que constituye el indulto a Fujimori. Si bien desde el fujimorismo keikista la directiva es de colaboración absoluta -lo es en general de la mayoría de bancadas-, lo que podría asomar en el firmamento es la otra tara que sacude los cimientos de la estabilidad política: la conflictividad social. PPK solo la vivió en un par de situaciones -la más grave fue la huelga magisterial-, pero sin duda está expectante y con diversos actores dispuestos a entrar al galope. La CGTP, el Sutep, los sindicatos de EsSalud y el Minsa, Goyo Santos, Pedro Castillo, Antauro, Walter Aduviri, el Movadef, Patria Roja, los frentes de defensa, y hasta el Frente Amplio y Nuevo Perú si sus cálculos políticos así lo demandan. Hay un bolsón de radicales agazapados olfateando la ruta por donde llevar el peligro. No alcanzará entonces con este gabinete “gestor”, técnico y edulcorado, ajeno a los estropicios desestabilizadores, los ultimátums y las tomas de carretera con muertos y heridos. El Presidente debe ya buscar un plan de contingencia que compense este desatino.