La salida del ministro del Interior, Walter Ortiz, es una nueva muestra del caos y la falta de rumbo que caracteriza al actual Gobierno. Ortiz dejó su cargo después de apenas 45 días, en un contexto donde la delincuencia, el crimen organizado y la corrupción continúan avanzando sin control. Su breve mandato ilustra claramente el desgobierno y la ausencia de planes efectivos en una cartera crucial para combatir la inseguridad ciudadana, uno de los problemas más apremiantes para los peruanos.
Con la llegada del sexto ministro del Interior en apenas 17 meses de gestión de Dina Boluarte, la expectativa es que asuma su cargo con firmeza, pero sobre todo con estrategias bien definidas. La rotación constante de ministros no solo evidencia la inestabilidad interna, sino que también socava la capacidad del Gobierno para implementar políticas sostenibles y coherentes. Si la nueva gestión del Interior se politiza y no se enfoca en soluciones efectivas, solo se expone a resultados desastrosos.
¿Es demasiado pedir que el nuevo ministro aporte sus conocimientos y enfrente con responsabilidad, sin odios ni mezquindades, la ola criminal que hoy angustia a todos los hogares peruanos? La respuesta debería ser un rotundo no. Sin embargo, hasta ahora, el Gobierno y sus ministros no han logrado proporcionar la coherencia y eficiencia necesarias en la función pública, debido a un alarmante grado de improvisación.