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Solo desde el punto de vista humano, la vida de San Pablo es impresionante. Estamos ante un hombre que pasa de ser un perseguidor de la pequeña comunidad cristiana a uno de sus principales promotores en el mundo. Y, para ello, emplea un celo increíble. Recorre 30 mil kilómetros expandiendo el Evangelio y en el camino enfrenta azotes, peligros, naufragios, persecución. Nada lo detiene. Desde Damasco y Jerusalén hasta Roma, Pablo siembra la semilla del cristianismo, consciente de la gran transformación que esta provocaría en la historia de la humanidad.

El cine posmoderno tiene pocas historias que ofrecer y mucho veneno por repartir. Es por ello que las películas con mensaje que recuerdan la dimensión trascendente de la vida humana deben promoverse y recomendarse. Hemos regresado al primer siglo del cristianismo. En todas partes, también en nuestro país, los cristianos son perseguidos y, en muchos lugares, aniquilados. Sin embargo, el cristianismo se ha mantenido a lo largo de dos milenios y, aunque tenga que retornar a las catacumbas, prevalecerá.

Los santos como Pablo eran conscientes de esta realidad. Sabían que cumplían una misión dentro de un plan mayor. Este espíritu paulino debe rescatarse ahora que el cristianismo debe iniciar una nueva evangelización. El Perú, país cristiano clave en el Pacífico Sur, tiene un papel que desempeñar en esta nueva circunstancia. De allí que la vida de San Pablo nos sirva de acicate, porque todo es posible en Aquel que nos conforta. Con toda seguridad, lo que él dijo de sí mismo es lo que esperaba de los demás: “He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe”.