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Tiene razón el economista Elmer Cuba cuando dice que tenemos un Estado débil y cuando argumenta que precisamente por esta percepción interna, por esta especie de psicoanálisis institucional, cuando el gobierno de Martín Vizcarra se mira al espejo, lo que ve son los despojos de un ser exánime, el esquelético rostro del pavor. Ha sido así hace mucho. Así fueron García y Toledo, Humala y PPK. Convivieron con el salto de mata, cedieron sin vergüenza ante la sinrazón. Por eso es que hoy como antes, ante la inminencia de una crisis social, es fácil olfatear el miedo trémulo de las autoridades y tomar una carretera, un puente, apedrear a la Policía, pisotear el derecho de los demás para imponer, a punta de salvajismo, el nuestro. Claro está que el Estado coadyuva a ello. Por ejemplo, cuando se bajó los pantalones ante la comunidad de Mayuriaga (Datem del Marañón), que había dañado el Oleoducto Norperuano pero a la que compensó con mejorar su posta, construirle un colegio, electrificar la zona e implementar un plan de desarrollo por el enorme favor de permitirle reparar el ducto que ellos mismos habían dañado. A eso se llega si ante la huelga de camioneros que tenían secuestrada la Panamericana Sur, se arriba a una solución cediendo en todo y reduciendo en S/0.59 el precio por galón del diesel de planta, regalándoles, a través de la Ley de Devolución del ISC, S/0.80 por galón, y permitiendo que no se apliquen los sistemas de control de velocidad GPS. “El que no llora, no mama”, lo saben todos en todos los extremos del país, y por eso se envalentonan, pechan y cuadran a un gobierno que ahora se enfrenta, en Las Bambas, a una comunidad que cree tener el derecho de insultar a la autoridad, buscar réditos ilegales, extorsionar e imponer el criterio abusivo de la mayoritaria masa comunal. Y que ya olfateó que detrás de los minerales huele a miedo.