Que quien gane las elecciones no postergue más un pacto político para una reforma institucional que tenga como ejes: la modernización del Estado, la corrección del modelo descentralizador, la reinvención del sistema de representación política, la puesta en marcha de una política de Estado en seguridad ciudadana, la continuación y profundización de la reforma educativa, el inicio de una reforma laboral y previsional, y la desregulación y desburocratización en la administración pública para retomar la senda del crecimiento a base de inversión privada.

Que quien gane cuente con el liderazgo y generosidad como para asumir la factura política de ese pacto. Los últimos cuatro gobiernos, si en algo coincidieron, es que ninguno tuvo la suficiente convicción de asumir ese costo por la sencilla razón de que todos, en última instancia, mostraron vocación reeleccionista, directamente o a través de terceros. Ojalá el Perú tenga la suerte de que su próximo presidente(a) piense más en el futuro del país que en el propio.

Que quien gane, además, tenga la capacidad de lograr que los odios en la política local amainen, que se juzgue y sancione todo lo que corresponda, pero que ello no impida que avancemos. De hecho, una buena señal sería lograr construir acuerdos básicos en el Legislativo que saquen adelante la mayor parte de las reformas en el primer año del próximo lustro.

Que independientemente de lo que logren o no los políticos, avancemos más rápido en algunas conquistas sociales que empiezan a asomar: rechazo y sanción a la corrupción de todos los ámbitos y tamaños, el respeto a la autoridad en todos sus niveles, la condena sin ambages a la violencia de todo tipo (especialmente contra mujeres y niños) y a toda forma de racismo, y el abrazo sin miedos a la tolerancia (por ejemplo, la unión civil debería ser realidad).

Que empiece un camino serio y articulado pensando en el Mundial de Qatar (si finalmente es la sede). Quisiera ver a mi “U” campeón. Y a los presos políticos venezolanos libres.

Feliz 2016.