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La vida ha sido desde la noche de los tiempos fuente de todo tipo de cavilaciones, teorías y realizaciones. Desde la vieja filosofía hasta la música y desde el arte rupestre hasta la literatura. Y lo será siempre.

Entrando a un nuevo año se celebra lo vivido, se conjuran males y presagios esgrimiendo toda gama de sortilegios para que la dicha nos acompañe.

Para acometer una nueva etapa con mejores convicciones, ayudarán algunas reflexiones que fortalezcan nuestra existencia. Provengan de los padres de la filosofía o de la sabiduría popular, y cualquiera sea su clasificación como figuras literarias, las necesitamos para darle a nuestras vidas elementos de lucidez que logren hacerla más plena.

Aquello de que ningún hombre puede bañarse dos veces en las aguas de un mismo río parece tonto pero es obvio. Es que ni las aguas ni los hombres somos los mismos. Así es más fácil entender que todo lo que venga luego en la vida será -de algún modo- distinto.

La otra nos dice que cada nuevo año es uno más pero -al mismo tiempo- uno menos. Paradoja perversa destinada a malograrle la fiesta especialmente a los cumpleañeros, pero no por ello menos cierta. Un año que se inicia nos acerca más al final inexorable.

Lo que importa no es cuánto sino cómo y para qué. Que venga entonces un año promisorio, digno de una sentencia que encierra en el verbo un compromiso: para vivir hemos nacido.