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El broncón de la semana protagonizado por Úrsula Letona y Yeni Vilcatoma se sumó al que tuvo, días atrás, a Sheput y Lombardi, por un lado, y por otro a Glave y Arana, como figuras estelares de otros pugilatos. Lo llamativo es que se trata de choques entre congresistas del mismo partido y que esos enfrentamientos pusieron en juego la integridad de sus bancadas.

Las diferencias de opinión no solo son normales en política, sino hasta deseables. Dan muestra de que cada quien piensa con su cabeza y que no se siguen consignas verticales que muchos suelen criticar. Pero cuando las diferencias se trasladan a la esfera mediática en tono de pelea y plantean la posibilidad de fracturas, revela la extremada debilidad de los partidos. Y que se carece, de modo personal, de las destrezas necesarias para asumir las responsabilidades del político, aunque se posea renombre en otros campos. Más aún cuando no se lleva ni dos meses en el ejercicio de un ciclo congresal.

Quien entra a un partido tiene que poseer cultura partidaria. Es como quien entra a formar parte de un gabinete de gobierno. Quien no puede con esos roles, o no quiere asumirlos, debe seguir en la libertad del columnista, al cual la libertad de expresar lo que quiera, como quiera y cuando quiera, le cuesta carecer de poder político efectivo. Pero también los partidos deben entender que no pueden arrejuntar a última hora lo que mejor les haga ganar una elección. Sin posicionamiento doctrinario, consistencia de ideas y entrenamiento político, trabajados a pulso por años, el riesgo de que se partan los partidos, persistirá. Seguramente es el camino largo, pero es el único que le sirve a la democracia y a la gobernabilidad de largo plazo.

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