Los resultados de las recientes elecciones regionales y municipales han sido objeto de varios análisis por políticos y encuestadores. En sus diagnósticos destaco dos visiones centralistas. La primera se manifiesta durante la campaña electoral con la difusión mediática desde la capital, al punto, que pareciera que todos ciudadanos votaremos por el alcalde de Lima. La segunda visión parte de los resultados electorales y la percepción limeña cuando advierte el triunfo de los partidos regionales por todo el país.

La descentralización estimula la fundación de partidos para atender las necesidades locales y regionales, pero en la práctica son organizaciones para conducir una campaña sin suficiente continuidad que, una vez ganadores, terminan por desaparecer; fenómeno similar al que ocurre con los partidos que alcanzan el gobierno central. Sin embargo, cuando se muestra recelo a los movimientos regionales no reparamos que la descentralización, bien o mal diseñada, produce resistencias al centralismo de los partidos nacionales. Si competir por las preferencias electorales es saludable, los resultados terminan siendo esquivos a partidos capitalinos que no consolidan una identificación con el pensamiento y necesidades ciudadanas al interior del país. Los partidos nacionales deben tener una permanente presencia regional, compartir un ideario y su arraigo dependerá que pueda identificar las necesidades locales que las distingan con puntos de vista más centralistas. Las correcciones a la descentralización son el centro de nuestra reforma política. De ella dependerán las relaciones de los partidos regionales con los nacionales para el claro y debido ejercicio de sus respectivas competencias, así como aquéllas que se comparten y complementan.