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Ahora pueden venir, este es el mejor momento para tomarse fotos con botas de jebe, dentro de las lagunas de este gran patero que son las ciudades del norte. En Piura, las láminas de asfalto que colocaron para recuperar la circulación (no son reconstrucción, todavía, dicen) no durarán mucho con apenas un par de días de lluvias ligeras y medianas. Junto con las fotos podrán anunciar, como en su momento lo hicieron presidentes y ministros de turno, que sus predecesores no avanzaron mucho y que ellos sí lo harán. Y serán de la comitiva, y avales de las promesas, el gobernador regional y los alcaldes locales, levantando los brazos y pelando las muelas con un cinismo que más parece complicidad. ¿Ya se olvidaron de cuántos millones de gastaron, con el apuro del primer ministro, ministro de Agricultura, para mover la arena del cauce del río Piura? Todos estamos esperando las avenidas del río para comprobar de qué sirvió tanto derroche, advertido por los técnicos de las dos universidades locales y del Colegio de Ingenieros. Que se sepa, para lo único que han sido útiles hasta ahora esas decisiones sospechosamente apresuradas es para engordar las cuentas bancarias de sus amigos propietarios de volquetes y cargadores frontales. Desde hace dos años sigue dañada la infraestructura de riego, canales destrozados que tienen alto impacto en la economía regional. Nada se ha hecho con las cuencas ciegas dentro de las zonas urbanas y la red de circulación vial no tiene drenajes. Piura sigue siendo el patero de siempre, un valle plano donde el agua no circula por pendientes, y un valle con huecos, donde el agua se empoza y causa daños. Si a ello le sumamos el pésimo sistema de recolección de basura y el calor, ya se imaginarán los foráneos que las calles apestan a basura podrida. El agua aquí, no por culpa de la naturaleza sino de sus habitantes, no cae para limpiar sino para ensuciar. Si fuéramos patos nos iría mejor.