La ex primera dama, Nadine Heredia, aquella comunicadora y esposa de un teniente coronel en retiro del Ejército que creyó que el poder sería eterno y que podía meter la mano donde no debía, está a punto de volver a la cárcel de manera preventiva, luego que el Ministerio Público anunciara que pedirá su detención por su participación en la ilegal entrega de la concesión del Gasoducto Sur Peruano (GSP) a la constructora Odebrecht.

Nadie la eligió para un cargo público, nadie voto por ella. Pero ahí estaba en el centro de todo, decidiendo nombramientos y salidas de ministros a los que consideraba suyos, viajando en representación del Estado y hasta acudiendo a la captura de un terrorista como “Artemio”. Fue una de las patas de lo que su esposo, el presidente Ollanta Humala, llamó de manera insólita “un gobierno familiar”. Sí, esto sucedía en nuestro país hace pocos años.

Apareció al lado de su esposo hablándonos de que el “nacionalismo” renovaría la política y que ellos harían la diferencia ante la corrupción que ya nos embargaba. Se promocionó como la chica sencilla, profesional, dinámica, de clase media y llena de ganas de trabajar por los más pobres, todo eso para terminar embarrada hasta el cuello por la plata recibida bajo la mesa, sus injustificados signos exteriores de riqueza y con un pedido de cárcel de más de 25 años por parte de la Fiscalía.

En sus momentos de “gloria”, cuando negociaba contratos del Estado por millones de dólares con empresas corruptas que aceitaban a politicastros hambrientos de plata para la campaña, alguien debió decirle que un día el poder se le iba a acabar y que como cualquier mortal se las iba a tener que ver con jueces y fiscales, todo por andar metiendo las manos donde no debía y por pasar por encima por “sus” ministros títeres que se dejaban avasallar por la esposa del jefe.

Acá tenemos, pues, a Nadine Heredia, la que iba a renovar la política a través de la honestidad que hacía la diferencia. Quizá en pocas semanas vuelva a estar tras las rejas donde ya estuvo hace unos años. No fue funcionaria pública, pero nunca fue un secreto que ella era la que hacía y deshacía en el gobierno de su esposo que jamás estuvo en condiciones de ponerse al frente de un país tan complejo como el nuestro. Ambos fueron un verdadero fiasco.