A propósito de los fallecimientos del “rey” Pelé y el papa emérito Benedicto XVI, el fútbol también es concebido como una religión que hace tocar la gloria a los convocados por la inmortalidad. No faltan, por supuesto, quienes otean como un sacrilegio el hecho de que a Edson Arantes do Nascimento, Maradona y recientemente Messi tras el mundial de Qatar, se les cuelgue sobre la cabeza el título de D10S, venerados por su destreza con el balón. 

Pero es tanto el fundamentalismo ganado por el balompié que hay descripciones que lo entremezclan con la religión cristiana en un partido aparte, como la que hace el escritor británico Anthony Burgess: “Cinco días son para trabajar, como dice la Biblia. El séptimo día es para el Señor, tu Dios. El sexto día es para el fútbol”. Y ahí aparece el también escritor español Manuel Vázquez Montalbán para apuntar que “el fútbol me interesa porque es una religión benévola que ha hecho muy poco daño”. 

El mismo pastor alemán Josep Ratzinger, casi pisando su pelota, advirtió que “lo que realmente puede ofender a los miembros de otras religiones no es la mención de Dios, sino más bien el intento de construir la comunidad humana prescindiendo de Dios”. Y nadie mejor que Juan Pablo II para meter el gol en este símil entre el deporte rey y el catolicismo: “De todas las cosas sin importancia, el fútbol es, de largo, la más importante”. Santa Palabra. 

De manera que, en medio del dolor por la partida de ambos, Pelé y Benedicto XVI, la parábola es que creer y ser una buena persona siempre acarreará discípulos. “Si muero un día estaré feliz porque el fútbol me permitió hacer mucho”, había sentenciado el 10 brasileño. “Avanzamos con el Señor, con esta certeza: El Señor vence”, acotó Ratzinger. Amén.


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