Parece que nos ha parido la inconstancia, el resentimiento nos ha entristecido el alma y la mediocridad nos ha deformado según sus vulgares formas. La conducta cainita ha penetrado con particular firmeza llegando a los cimientos de nuestra patria, y dentro de sus variadas y grotescas formas, ha sobresalido la más hiriente: El cainismo verbal. La pertinaz mentalidad de hallar diferencias irreconciliables entre nosotros impide la unión verdadera, a pesar del proceso biológico y cultural de nuestra patria. ¡Somos diversos! Nuestra fisonomía revela nuestra particularidad y nuestros diversos modos de vivir sellan nuestra peculiaridad. En su juicioso ensayo “Queremos patria” de 1919, Víctor Andrés Belaunde, dice sobre nuestro ideal nacionalista: “Necesitamos robustecer el sentimiento nacional, esto que se llama el alma nacional. Nuestro sentimiento es débil, porque no queremos la tierra, no tenemos el culto de los muertos. Marchamos distraídos y solos. Somos desarraigados”. Estos nobles ideales encuentran serias dificultades para su realización. Como nuestros sesos no están en la disposición correcta, aparecieron hace unos años prédicas en favor del derecho de autodeterminación y de separatismo en la región sur del Perú. Este hecho, ejemplifica con suficiente luz nuestras palabras quebradas por el dolor. Se intentó llevar a cabo un atentado contra la integridad territorial de la nación peruana. Se buscó desmembrar la patria con fines puramente ideológicos. Estas ideas, estoy convencido, solo pueden germinar en corazones emponzoñados por el odio a la patria. Preocupa el Perú venidero, y el radicalismo engendrador de odios, como lobo hambriento, está al acecho.
PENSANDO EL PERÚ, columna de Alejandro Martorell
Columna de opinión.