Se ha ido don Javier Pérez de Cuéllar, un líder mundial, el peruano más notable del siglo XX. Como secretario general de la ONU, renovador y enérgico, fue el “peregrino de la paz”, como se autodenominaba. Su aspiración era un “mundo mucho mejor” para todos. Su larga experiencia llena de éxitos y su naturaleza bondadosa, humana y amable lo hizo ciudadano del mundo, ostensiblemente comprometido con los pueblos que sufren y son afectados por las guerras, la desigualdad y la pobreza. Gran concertador y dialogante, sabía escuchar con mirada inteligente. Lo frecuentamos mucho, cuando nos convocó junto a varios peruanos que buscábamos el fin del fujimorismo y nos reunió en Unión por el Perú. Entendía la perpetuación en el poder como grave para el país. Demócrata cabal, conocía de las trampas y los designios de Montesinos, empeñado en prolongar el régimen y a pesar de ello se arriesgó. Gustavo Mohme Llona le dedicó un masivo homenaje popular y le entregó, en acto multipartidario, las Bases para la Concertación que elaboramos en el Comité Cívico por la Democracia. Recordamos su sonrisa serena, su finísimo sentido del humor y su inalienable tolerancia de líder espiritual y político. Durante su campaña electoral, motivado y esperanzado, actuaba con equilibrio admirable, junto a su esposa, Marcela, que dejó todo para estar con él en ese desafío tan complejo, frente a un adversario poco o nada honesto. “Fue un hombre de Estado, un diplomático comprometido y su inspiración personal dejó un profundo impacto en Naciones Unidas y en el mundo”, ha dicho en la ONU Antonio Guterres. Y es cierto, desde 1946. Lideró la independencia de Namibia, el fin de la guerra Irán-Irak, la liberación de rehenes en el Líbano, los acuerdos de paz en Camboya y en El Salvador, entre otros éxitos. Perdimos la oportunidad de tenerlo como gobernante. Honor al honor.