¿Puede ser neutral el periodismo en cualquier situación en la que se encuentre? Es la pregunta más recurrente en esta polarización por las elecciones presidenciales entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori. Será fácil la respuesta si la analizamos desde un escritorio, pero entiendo a quienes han decidido hacer activismo, cruzar esa línea de pluralidad.

Para quienes ven en peligro la democracia -o al menos eso argumentan-, les es fácil utilizar el medio de comunicación para el que trabajan, además de concordar con la línea editorial. Sin embargo, para aquellos que consideran al periodismo como la paloma mensajera, es intolerable que el oficio se preste para favorecer a algún candidato.

En los Estados Unidos es muy común que un medio de comunicación editorialice sobre su apoyo a algún postulante, así como su rechazo al contrincante. Y decirlo no es malo porque es una advertencia a sus lectores, no se camuflan en la supuesta independencia del periodismo para respaldar una candidatura.

El problema es cuando, bajo el manto de la objetividad, sin comunicarle a sus electores el porqué de su apoyo a un candidato, en este caso Castillo o Fujimori, se pontifica sobre sus informaciones, como una veracidad inquebrantable frente a otros medios. En sencillo, están estafando, perdiendo el horizonte.

En el 2000, cuando Alberto Fujimori iba por su tercer periodo presidencial, periodistas se mezclaron con políticos, encabezados por Alejandro Toledo, en la marcha de los 4 Suyos en defensa de la democracia. En esa época, en medio de la crisis ética de los medios de comunicación, se toleraba que los periodistas pierdan su neutralidad. Hoy no hay nada de eso.

Que el periodismo se convierta en activismo es una manera de camuflar intereses particulares. Porque una cosa es opinar libremente y otra, muy distante, tergiversar la información con opiniones. Lamentablemente, hoy vemos muchos casos parecidos a estos.

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