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El presidente Martín Vizcarra parece haber empezado ayer una peligrosa carrera para cerrar el Congreso. Azuzado por oscuros asesores, por los áulicos medios y periodistas de siempre, y por algunos ministros intrascendentes. El Gobierno está cerca de activar un mecanismo constitucional convertido en ardid y a un paso de acometer un encubierto golpe de Estado. Al cierre de esta columna, corrían rumores de un mensaje a la Nación. Nadie entiende por qué lo haría. Este no es el mejor Congreso, sin duda. Entre Mamanis y Donayres, entre Lescanos y Betetas, el Legislativo ha navegado en aguas más turbias que turbulentas. En la historia de los unicameralismos, debe estar entre los peores, y el fujiaprismo ha contribuido considerable y sistemáticamente a eso. Pero pregunto: ¿estamos ante el mejor Ejecutivo? ¿Ante el régimen lleno de luces e innovaciones ? ¿Ante el Gobierno reformador y futurista? ¿Ante el líder esperado por años y generaciones? ¿O estamos ante el más crudo y feroz símbolo del marasmo y la atonía? ¿No nos gobierna, acaso, el monarca de la abulia? ¿No es acaso imperceptible el látigo de este gamonal de la inanición? ¿Con qué derecho -sigo preguntando- se arrebata y eriza este gobierno de Chincheros y millonarios gastos en consultorías? ¿De dónde extrae el cuajo para crisparse pese a sus perennizados índices de pobreza, su anemia geométrica, sus mortales cifras de inseguridad? ¿De qué mar este régimen sumiso de Las Bambas recogió la ostra con la que Del Solar, Zeballos y Vizcarra llegan hasta los Pasos Perdidos para colocar sus botas con puntas de acero sobre el pescuezo del Congreso? El gobierno de Vizcarra está usando la reforma política y el archivo de la inmunidad como un pretexto para sus tropelías. Está soliviantando la Constitución. El artículo 43 dice que el Estado “se organiza según el principio de la separación de poderes”. El artículo 93 es más explícito: Los congresistas “no son responsables ante autoridad ni órgano jurisdiccional alguno por las opiniones y votos que emiten en el ejercicio de sus funciones”. Espero, por el país, equivocarme. Y si Vizcarra lo ha pensado, que se arrepienta. Que no nos convierta en una plazoleta, en el circo hemisférico, en la ruidosa matiné de la región. Y, sobre todo, que nos permita seguirlo llamando Presidente.