Perú, Chile y la cuadratura del triángulo
Perú, Chile y la cuadratura del triángulo

El canciller chileno Alberto Moreno y un grupo de importantes empresarios vecinos nos visitarán mañana a fin de continuar el programa prudentemente concebido para recibir sin sobresaltos la sentencia que debe poner fin al litigio marítimo; un ejercicio que tiene el loable propósito de preparar los espíritus para los diversos escenarios que pueden presentarse con el veredicto que la CIJ dictaría hacia fines de junio.

La fortaleza de nuestros vínculos económicos, comerciales, migratorios, turísticos y de servicios (aéreos, marítimos, logísticos, etc.) se debe a la complementariedad productiva y la vecindad territorial, más que a voluntades gubernamentales o acuerdos oficiales que no se han dado antes sino después del derrotero señalado espontáneamente por el mercado y los agentes económicos privados, que apostaron ingentes capitales a su propio riesgo, a pesar de los notorios bemoles históricos de la relación peruano-chilena. Merecen pues un justo reconocimiento y una actitud consecuente de parte de los dos Estados.

Estados, digo, porque el trance que atraviesan Perú y Chile solo admite una política de Estado que comprometa a los gobiernos y los partidos que los reemplacen en el futuro. Al norte y al sur de la Línea de la Concordia se debe respetar rigurosamente la trascendencia del predicamento bilateral, manteniéndolo fuera de campañas, tribunas y micrófonos. Es una exigencia recíproca e inevitablemente interdependiente en la que debe relucir la lealtad y la buena fe de dos naciones que son y quieren seguir siendo vecinas y socias en paz y prosperidad.

Por las repercusiones internas de la sentencia, es previsible que, con mayor o menor razón, cada litigante la presente como una victoria, por lo menos relativa. Sin embargo, debemos ser conscientes de que el fallo no será más que un momento en la casi bicentenaria historia de nuestras relaciones republicanas. Lo verdaderamente trascendental será la capacidad de los dos gobiernos para implementarlo en una forma mutuamente positiva, que sea el punto de inicio de una relación totalmente saneada. Y en ese delicado proceso, cuya duración es imposible anticipar (obsérvese lo que ocurre entre Colombia y Nicaragua), será imprescindible neutralizar la incidencia de factores perturbadores ajenos a la bilateralidad de la situación.

Ello comporta la necesidad de tratar armónicamente los intentos bolivianos de utilizar la coyuntura para mejorar las perspectivas de su objetivo de lograr una salida "soberana" al mar en el ámbito territorial que regula el Protocolo Complementario del Tratado de 1929; objetivo que por no tener viabilidad jurídica queda librado al juego político-diplomático triangular que a Bolivia le conviene fomentar, en el que Chile y Perú deberían comprometerse a no caer ahora ni después.

Por ser fuente de la buena fe, la Verdad es el valor principal de la diplomacia, porque sin ella no hay confianza posible entre Estados que defienden ante todo su interés nacional. De allí la importancia de que Chile y Perú incluyan este aspecto crucial en su manejo antes, en y después de La Haya. Disimularlo o tratarlo misteriosamente en una agenda de varios puntos, y calificar la aspiración boliviana como un reclamo "justo y legítimo" -o albergar escuelas navales extranjeras en el Perú- son formas de seguir cometiendo un error secular entre dos países decididos a fortalecer y potenciar su benéfica vecindad en el Pacífico. Una posibilidad al alcance de la mano y que se vería reforzada si Bolivia concurriera como socio, a través de fórmulas modernas y compatibles con el interés nacional y los derechos de sus dos vecinos.