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“No se festejan las derrotas”, dice Juan Carlos Oblitas, director deportivo de la FPF, al advertir que no habrá homenajes a los pupilos de Ricardo Gareca luego del Mundial. De acuerdo, como teoría ganadora suena vendedora, pero la mayoría de hinchas, los que habitan en el país y la marea blanquirroja que llegó de todo el planeta a Rusia, tiene otro sentir.

Esa masa bicolor que gastó sus ahorros para viajar hasta las tierras de Putin y los que aquí compraron su televisor para ver en pantalla grande a Guerrero y compañía entienden que en ocasiones una derrota es una victoria y, en este caso, Perú ha hecho camino al jugar después de 36 años en la fiesta máxima del fútbol. ¿Conformismo? Pichón, wiflas. Análisis puro.

“Me molesta perder, como a todos. Pero separo las cosas. No me como la cabeza por tonterías. La filosofía es clara: mañana empieza el día de nuevo”, apuntaba Manolo Preciado, entrenador español. Y el siguiente día para nosotros es Qatar 2022, adonde iremos con un equipo ya sin miedo escénico y ojalá con el “Tigre” Gareca en el banco y las garras mejor afiladas.

Oblitas tiene todo el derecho de no celebrar las derrotas, pero también debe entender que la alegría del pueblo va más allá de los resultados. El gol de esta selección ha sido dejar por sentado que el balompié peruano existe, no es más un paria y que ya nadie nos pasa por encima. ¿Eso no es una victoria? Claro que sí. Además, tenemos a la mejor hinchada del mundo, cuyo grito de aliento ya está escrito en la prensa internacional.