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Hace una década, aproximadamente, fuertes lluvias focalizadas se presentaron en las partes altas de un anexo del distrito de San Ramón, Chanchamayo, Junín; esto provocó la caída de huaicos y se activaron quebradas del lugar. Una fuerte masa de lodo y barro destruyó todo a su paso, y dejó muerte en el camino.

El 1 de abril del 2010, cerca de las 19:00 horas, lluvias en las partes altas de Ambo, Huánuco, también ocasionaron similar fenómeno. La desgracia fue mayor: 23 muertos, 25 desaparecidos y 88 edificaciones borradas del mapa, entre estas una iglesia evangélica, en donde se presentó el mayor número de víctimas.

El 8 de febrero del 2013, en la zona oriental de Arequipa, inesperadas precipitaciones se registraron y cargaron las diferentes quebradas que terminan en la ciudad; así se destruyeron viviendas y mercados. Cuatro personas fallecieron en esa oportunidad.

También en Arequipa, a fines de enero de este año, una lluvia focalizada en Uchumayo activó una quebrada; el lodo y agua destruyeron gran parte de la vía Panamericana, y también se produjeron muertes.

El jueves último, similar desgracia ocurrió en la región San Martín, específicamente en el pueblo de Picota, que fue inundado por fuertes precipitaciones; esto dejó como saldo la muerte de cinco personas, entre ellos 2 niños.

Este tipo de desgracias las conocemos a la perfección, pues el Perú es un país de sorpresas, donde se pueden presentar inesperados fenómenos climatológicos. Aunque algunos se pueden predecir, en otras ocasiones la magnitud de estos sobrepasa lo que se pronostica sobre las manifestaciones de la naturaleza, en específico de las lluvias.

Estos claros ejemplos deben motivar la reflexión y la planificación de acciones de asistencia a los damnificados, como está sucediendo con Picota. Además, es fundamental -se habla demasiado al respecto, pero se hace poco- insistir en la prevención y en la permanente inspección de las zonas peligrosas, que lamentablemente son ocupadas sin medir las consecuencias.