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Ayer asumió la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro y voy a referirme a la relación bilateral con Perú. Nuestro proceso histórico fue con España y el de Brasil, con Portugal, las naciones que forman la península Ibérica y que, por los grandes viajes de circunnavegación hace más de 500 años, fueron los hegemones del mundo en los siglos XV y XVI. Al gigante sudamericano le tocó en el siglo XIX un importante momento geopolítico para su desarrollo gracias al auge del océano Atlántico. Al Perú, en cambio, recién le ha correspondido apreciar las bondades del Pacífico a fines del siglo XX con nuestro ingreso en el Foro Económico Asia-Pacífico (APEC) en 1998, el más exitoso y poderoso mecanismo de la cuenca del Pacífico, que alberga el 65% de la economía del planeta. Perdimos territorio desde que nos hicimos independientes en 1821 por la falta de carácter de nuestros políticos y negociadores; sin embargo, de nuestros vecinos, fue el Brasil el único que penetró en nuestra Amazonía aprovechando la desidia completa de nuestra clase política, esencialmente costeña y centralista, que descuidó gravemente nuestras fronteras, sobre todo en la zonas selváticas, a las cuales erradamente consideraba espacios lejanos e irrelevantes. La única vez que nos importó realmente nuestra despoblada región amazónica fue durante la denominada fiebre del caucho, a fines del siglo XIX (1879-1912). Hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo XX, en que el petróleo hallado en esa región comenzó a interesar a nuestros gobiernos, históricamente desentendidos de nuestras fronteras. Entre los años 60 y 70, Perú y Brasil fueron objeto de golpes de Estado. En el caso peruano fue un militarismo, primero nacionalista y luego conservador, y en el caso de Brasil, siempre un régimen anticomunista. En los años 80 ambos países -primero el Perú- volvieron a la democracia y recién al comienzo del siglo XXI dejamos de vernos como siameses, de espaldas uno al otro por la alianza estratégica que revitalizó la relación. Brasil quiere llegar al Pacífico y el gran proyecto de integración IIRSA lo confirma. Odebrecht no debe perturbar nuestro relacionamiento bilateral al más alto nivel. Veamos qué hará Bolsonaro.