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Las pruebas PISA fueron diseñadas por la OECD teniendo en cuenta la economía del conocimiento y no la economía de la creatividad. Sirven para identificar a la meritocracia de rendición de exámenes -para la que se entrenaron los asiáticos que lideran el ranking- y no la del talento, que es liderado por diversos países que aparecen a media tabla en PISA, como EE.UU., Suecia e Israel (Start Up Nation). Estos últimos están entre los campeones mundiales de la innovación, patentes per cápita, innovación tecnológica, captación de capital de riesgo, I&D per cápita, etc., por encima de los asiáticos.

Entre las principales razones, porque tienen una cultura de trabajo meritocrática pero no jerarquizada sino bastante horizontal, con mucha energía y dinamismo; son sociedades democráticas y abiertas, lo que incluye una tradición de captación de migrantes talentosos; conforman una población con alta autoestima y mucha confianza en sí misma, lo que les permite confrontar al establishment. Tienen economías dinámicas con imperio de la ley, una buena estructura regulatoria, extraordinarias universidades de investigación, élites intelectuales altamente creativas e innovadoras, pujante cultura de creación de empresas y un espíritu de perseverancia para plantear soluciones a problemas allí donde otros ya renunciaron, a lo que se suma la capacidad de levantarse luego de cada caída (“In defense of a liberal education”, Fareed Zakaria, 2015, cap. 3).

Dicho esto, ¿es PISA el espejo en el cual debemos mirarnos o serviría mejor incorporar los factores de éxito de los países que lideran la economía de la creatividad?