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Todas las manifestaciones de odio deben ser condenadas. El trágico suceso del último sábado en Pittsburgh, Estados Unidos, donde un hombre de 46 años -Robert Bowers- asesinó a once inocentes de la sinagoga Árbol de la Vida por el solo hecho de ser judíos, ha conmocionado a ese país y al mundo entero, y ha recordado inexorables momentos fatídicos, como el que significó el holocausto durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en que fueron exterminados más de 6 millones de judíos. Se trató de un vil ataque antisemita que todos deberíamos condenar sin excepción. Ha contribuido en el múltiple asesinato la polémica ley que permite en los Estados Unidos el uso libre de armas. Esta manifestada exacerbación de odio e injustificable para la razón humana se muestra cada vez con estadísticas ascendentes que deben llevar a adoptar medidas concretas, a mi juicio siempre asociadas a la educación antes que a la represión. El odio contra los judíos es, lamentablemente, una carga que se ha visto a lo largo de la historia de la sociedad internacional -hay que decirlo- y a estas alturas de la convivencia humana ha debido acabar, pero todo parece indicar que dicha persistencia se ha convertido en una cruenta regla. Los judíos tienen sobradas razones para vivir en un marco de acciones defensivas totalmente explicables. Todos los extremismos que quieran acabarlo siempre serán censurados. Es verdad que el extremismo islámico, uno de los que más se ha expresado en general contra los judíos, impacta aun cuando constituye una minoría dentro de la sociedad islámica, que más bien está siempre dispuesta a la convivencia con tolerancia y respeto. También es cierto que existe e impacta el extremismo o fundamentalismo judío. Los dos son malos y aunque mínimos siempre conmocionan cuando actúan. A través de los siglos, los judíos han padecido las mencionadas persecuciones; sin embargo, ello nos los separó. Al contrario, se han mantenido como una nación, por lo cual han debido crear sus propios mecanismos y marcos de defensa. En pleno siglo XXI el delito imputado a Bowers se denomina delito de odio, todo un despropósito, pero que es una realidad.