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Nadie habla en los EE.UU. de otra cosa que no sea el plagio que habría hecho la señora Melania Trump, esposa del candidato republicano a la Presidencia, Donald Trump, a un discurso pronunciado por la actual primera dama, Michelle Obama. Lo letal políticamente para el magnate neoyorquino es que el desliz de su esposa ha sido descubierto en el mismísimo momento en que comenzaba la Convención Nacional que lo debe ungir para enfrentar a Hillary Clinton en el próximo mes de noviembre. Es muy probable que Melania no sea la autora directa de este escándalo, pero sin duda que se convierte en su mayor responsable y todas las miradas, sobre todo de la oposición, buscarán sacarle el mayor provecho a tan particular circunstancia. Aquí también tuvimos un asunto de plagio en la reciente campaña electoral que terminó por sacar de carrera a un candidato. En EE.UU. este tipo de descubrimientos son aún más fatales políticamente. El plagio queda comprendido como un antivalor de la denominada honestidad social que supone no mentir. En EE.UU. el engaño político es imperdonable y por eso al que miente, el propio sistema lo termina llevando a la tumba política como sucedió con el entonces presidente Richard Nixon que, por el caso Watergate -miembros de su partido espiaron conversaciones secretas en la sede Demócrata-, tuvo que renunciar (1974). Aunque el caso de plagio actual es distinto de lo que le pasó a Nixon, igual hacerlo es deshonesto y en el fondo es mentir o faltar a la pulcritud intelectual. En el caso de la señora Trump, notemos que su situación es más compleja pues ni siquiera su esposo ha ganado la elección y ya se quiere medir el tamaño del impacto de este escándalo que por cierto, administrado estratégicamente por los demócratas, puede hundir al señor Trump. Por lo pronto, este lo ha minimizado y buscará ponerle paños fríos.