En el Perú tenemos muy buenos policías, aquellos que actúan en el momento oportuno incluso poniendo en riesgo su vida y llevan con honor su uniforme; y esos otros que desprestigian a su institución al no evitar delitos, manejas ebrios y ocasionar accidentes o ser unos verdaderos pájaros fruteros del siempre alicaído presupuesto policial. A estos últimos hay que identificarlos y echarlos por la puerta falsa, si es que realmente se quiere hacer algo bueno por el país.

En los últimos días hemos visto, por ejemplo, al comandante PNP Juan Mijichich –a quien en este diario recordamos en el año 2002 rescatando a varios jóvenes del humo de la siniestrada discoteca Utopía–, introduciéndose en aguas servidas para auxiliar a un grupo de personas atrapadas dentro de vehículos en medio de un aniego; pero también hemos sido testigos de la mala acción del suboficial PNP Alan Ramos Quispe, quien manejando ebrio causó heridas en cinco ciudadanos.

El Ministerio del Interior y el comando de la Policía Nacional, a manera de homenaje a sus buenos efectivos, deberían emprender la monumental tarea de limpiar a la institución de las manzanas podridas, de esos negligentes y delincuentes que jamás debieron vestir el uniforme de Alipio Ponce, Alcides Vigo y otros heroicos agentes que incluso han perdido la vida sirviendo a la comunidad. Se han hecho intentos de fumigación, pero poco se ha avanzado.

La labor es ardua, pero alguien tiene que comenzarla. Es necesaria una buena purga, pero llevada a cabo de manera eficiente y sin la posibilidad de que los malos elementos vuelvan más tarde, incluso con grados superiores gracias a antojadizas resoluciones judiciales. Hace poco conocimos el caso del coronel PNP Manuel Ibárcena, quien en el año 2000 fue dado de baja con el grado de mayor por cobrar cupos a narcotraficantes. Hace poco fue reincorporado por un juez y ascendido. Hoy está detenido.

La población jamás podrá creer en su policía ni recurrir a ella para apoyarla en la lucha contra la inseguridad en las calles, si es que la institución de Mariano Santos está tomada por mafias, delincuentes y negligentes que deberían ser detectados y expulsados. Solos los buenos agentes, los honestos, sacrificados y con verdadera vocación de servicio, deberían tener el honor de estar en su seno. Los demás, a su casa o a la cárcel de una vez.

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