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No sorprende ver la cantidad de megaoperativos contra la delincuencia en el norte del país en el que están involucrados hasta los policías. No han sido los primeros y, de seguro, no serán los últimos en caer. Sin embargo, lo que más llama la atención es la impunidad en la que se han desenvuelto poniendo en peligro la vida de las personas. Algo debemos hacer.

Desde hace tiempo venimos hablando de la necesidad de una reforma policial, precisamente porque se requiere de una urgente limpieza en esta noble institución, de la que unos malos elementos son las manzanas podridas de la canasta. Por eso hasta a los ciudadanos les deja de impresionar que en cada redada haya algún mal agente o un exuniformado. Esto es preocupante.

Al menos que estas intervenciones sean parte de un plan estratégico para frenar la corrupción policial, los pobladores no conocemos sobre algún proyecto institucional para expectorar a los efectivos del orden que pertenecen a las organizaciones criminales. Solo sabemos que ya llega el aumento de sueldo, incluyendo para quienes siguen manchando el uniforme.

Hace rato que la delincuencia ha filtrado a sus secuaces en la Policía, con un plan más articulado que el de la misma institución. Incluso, desde las escuelas policiales hemos podido verificar cómo llegan los familiares de maleantes a inscribirse y no pueden ser rechazados porque no hay un filtro que los detenga. Entonces, estamos entrenando a seres despreciables.

Es lamentable que no funcione un servicio de contrainteligencia en la Policía, mejor dicho, que no trabaje bien. Un área efectiva que nos alerte de quiénes están sacando los pies del plato mojándose con quienes deberían combatir. Queremos eficiencia policial, señor ministro Carlos Basombrío.

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