Apostar por una manera distinta de hacer política en nuestro país no es sencillo. La tentación es muy grande, pues siempre una descalificación o ligereza tendrá más repercusión que una simple declaración ante los medios de comunicación. Así, los apasionamientos terminan siendo muchas veces la vía más rápida para ganar titulares.

La facilidad con la que se ensucian honras en política mediante acusaciones de todo tipo nos hace perder de vista que el respeto y la tolerancia son fundamentales en su práctica. Henry Pease sostenía que dentro de una democracia “la discrepancia es legítima” y por ello consideraba que era muy importante el “reconocimiento del otro como ser legítimo e igual a mí”. Creo que esta es una práctica que debe tenerse presente siempre, pues como bien decía el exparlamentario y profesor universitario “el adversario no es enemigo” sino que es alguien “como uno mismo”.

Las consecuencias de estas malas prácticas no solo afectan a los involucrados sino que las sufrimos todos. Así, el nivel de agravio y descalificación personal al que estamos llegando dificulta la generación de consensos y la necesidad de unirnos frente a los principales problemas del país. A ello se suma que el ciudadano común ve a la política como ajena a sus intereses. Estos niveles de descrédito determinan la poca confianza en autoridades e instituciones estatales. Ambos elementos son muy peligrosos para una democracia que necesita consolidarse.

No perdamos de vista que somos una democracia joven que nos necesita unidos. “Una sola fuerza” no debe quedar solo como una frase durante la emergencia nacional, debe ser un compromiso de renovación de cómo hacemos política.