GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3
GF Default - Imported ANS Video id=8fad72e5-655c-428e-943a-9ce73bbf09d3

El populismo goza hoy de buena salud en varios lugares del planeta. Es de varios pelajes, colores, con más o menos sofisticación. Son varios los países gobernados bajo ese estilo que viene igual por izquierda y derecha, en América y Europa.

Lejos de toda sospecha de ser una democracia inmadura o deficiente, el Reino Unido, la cuna misma del constitucionalismo, hoy mismo enfrenta el plan populista del primer ministro Boris Johnson de imponer un rompimiento brusco con la Europa continental. El hombre que comparte con Trump, no solo el gusto por los peinados raros, confía en la popularidad del discurso antieuropeo entre los británicos contrarios a seguir financiando la costosa burocracia del bloque (aportan 11 mil millones de dólares anuales) al que se responsabiliza entre otras cosas de la pérdida de empleos, de la migración, y un largo etc. Por eso, logró el cierre “constitucional” -aunque temporal- del Parlamento que sería un estorbo si lograba reunirse. Y aunque la oposición protesta y sale a las calles y hasta habla de “golpe de Estado”, en el fondo se saben descolocados y con el calendario en contra para buscar una prórroga antes del 31 de octubre, día del divorcio o para retirarle la confianza y sacarlo. Jugada de relojería, por supuesto, en nombre de la gente.

En nuestra parte del mundo, por supuesto, hay más ejemplos. Vemos cómo, esta vez desde la izquierda, el populismo seguramente volverá a hacerse del poder en Argentina tras el mediocre gobierno de Macri, que perdió con sus pésimas decisiones la oportunidad de enrumbar su país tras el desastre que heredó del peronismo kirchnerista. No falta mucho para que otra vez estén manipulando las cifras, culpando de la misma pobreza que ellos dejaron al capital privado, al mercado, el FMI, los enemigos que usaron antes para ganar el apoyo de masas desinformadas por la narrativa construida desde los medios afines que toleraron, y hoy les perdonan, los graves casos de corrupción.

La virtud del populismo del pelaje que sea es elegir al enemigo político más rentable, aquel que representa la mayor amenaza para el “pueblo”, es decir, dividir convenientemente a la gente entre buenos y malos, en crear la falsa idea de que se es amigo o enemigo. Y, frente a ello, ninguna democracia parece estar lo suficientemente vacunada.