Hace unos días acudí a una delegación policial para participar en una diligencia. Durante el tiempo que estuve pude escuchar los gritos de un detenido que, desde el calabozo, reclamaba por su libertad. Al indagar lo que sucedía se me dijo que dicha persona era un ciudadano al que le habían dictado prisión preventiva varios días atrás, pero aún se encontraba en la dependencia.
Al parecer el juzgado no había cursado los oficios para disponer el traslado del ciudadano al establecimiento penal de varones, lo cual escapaba a la buena voluntad del fiscal, quien increpado por el comisario le manifestó que hasta habían utilizado el WhatsApp para agilizar el envío de la documentación, toda vez que es un mecanismo urgente para actuar ante este tipo de situaciones. El jefe policial intentó comunicarse con el personal del juzgado sin resultados positivos, al menos hasta la hora en la cual participé de mi diligencia en esta no tan macondiana dependencia policial.
Como una serie de eventos desafortunados caí en la cuenta de que, por más que exista un mecanismo urgente para poder colaborar con la acción de la justicia, la falta de buena voluntad y la burocracia imperante son los mecanismos más comunes de acción, que permiten al Conde Olaf de la injusticia mantener su posición de ventaja y abuso. La desidia y conformismo es pan de cada día en la administración de justicia, lo que ya es algo tan común que nadie se atreve a cuestionarlo.
Convencido de que lo que había ocurrido iba a servir para crear conciencia en el agente fiscal y el personal policial y animado por la esperanza de que se hubiera generado un cambio en el modo de ser de estas personas al haber evidenciado lo que la desidia y burocracia hacen al interior de nuestras instituciones públicas, pedí hacer llegar mi escrito por ese canal urgente, de manera que pudiéramos avanzar con la investigación. Lamentablemente, la respuesta fue unísona: ¡Por conducto regular!