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Se acabó el secreto. El propio presidente Donald Trump ha revelado que su esperado encuentro con Kim Jong-un será en Singapur, el próximo martes 12 de junio. ¿Qué habría llevado a ambos mandatarios acordar que sea este país del sudeste asiático de 5.5 millones de habitantes el lugar ideal para el encuentro que tiene ribetes de histórico? La respuesta se explica desde la geopolítica y las relaciones internacionales. Kim, cuanto más lejos del radio de acción político-militar que su poder territorial le permite, más vulnerable se vuelve. Parece, entonces, confirmarse a primera vista que siendo Singapur un país formado por 63 islas (697 km2), bastante más cercano que otros Estados a Corea del Norte, la capacidad de una reacción a escala norcoreana es bastante limitada. Por eso prefirió un lugar -digamos- cercano a sus “dominios”. No obstante, tampoco significa que Trump haya aceptado que sea Singapur para complacer un capricho de Kim porque no quiere que nada frustre la reunión, a cuyo contexto -por cierto- le sacará el máximo provecho, pensando en el frente interno estadounidense que es para el cual más van dirigidas sus acciones internacionales, ya que fue el grueso de gringos pobres estadounidenses el que lo llevó a la Casa Blanca en la idea de reivindicar la grandeza de EE.UU. a partir de la tesis de que primero y antes que nada está la nación americana. Claro que no. Singapur es un aliado estratégico de EE.UU.; de hecho, su población habla mayoritariamente el inglés, y también malayo, mandarín y tamil. Logró su independencia del Reino Unido en 1963; es considerado un régimen parlamentario con una democracia formal -la gente vota en elecciones- pero con inocultables signos de autoritarismo; se constituye como el tercero económicamente más próspero de la región -uno de los cuatro tigres asiáticos- con un producto per cápita por la nubes que cuenta con el tercer centro financiero del planeta; y lo que más ha vendido al mundo es su seguridad ciudadana, pues la delincuencia en este país prácticamente es inexistente. A Trump el lugar también le produce confianza.