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Hoy los estadounidenses celebran sus 242 años de independencia de la Corona de Inglaterra. El 4 de julio de 1776 -era rey de España Carlos III (1716-1788) y virrey del Perú Manuel de Amat y Junient (1761-1776)- pasaron muchas cosas importantes en el mundo: los conceptos de igualdad y libertad fueron elevados a la calidad estatal como máxima expresión del derecho individual. Este hecho sucedió cuando Europa era remecida por la Ilustración, que cuestionaba el derecho divino, sobre el cual las monarquías absolutas habían legitimado su poder político. Basta solo recordar al rey Luis XIV de Francia, que la expresó en sumo grado, atribuyéndosele la famosa frase “El Estado Soy Yo”, y de paso la más despótica del poder de aquel entonces. Así, la independencia de las ex Trece Colonias se adelantó en trece años a otro no menos importante episodio universal como lo fue la Revolución Francesa del 14 de julio de 1789. Han transcurrido cerca de dos siglos y medio y el presagio del extraordinario poder planetario de EE.UU. solo fue imaginable por la persistencia del denominado “Destino Manifiesto” que jamás dejó de propugnar la grandeza americana y que Donald Trump, desde su particular visión de la política de su país, estaría encarnando. Aunque es todavía prematuro afirmar sobre su eficacia, a la inmensa mayoría de gringos pobres de EE.UU. le gustó el discurso del entonces candidato y hoy 45° presidente de la nación más poderosa de la Tierra. Este país, llamado de todas las sangres, tiene muchos retos hacia adelante, entre ellos, liquidar al terrorismo internacional y algo que emerge complicadísimo para Washington: el imparable crecimiento de China, con el cual, quiera o no, todo parece indicar que compartirá el dominio mundial. Aunque el mundo dejó de ser unipolar, es decir, con un solo todopoderoso que era EE.UU., todavía en pleno proceso multipolar, EE.UU., que sigue comandando el destino del poder planetario como el gran hegemón, debe acostumbrarse a compartir el poder del globo con países como China, Rusia, India y otros más, pues la tenencia del monopolio del poder mundial es por definición cíclico.