El último 5 de junio, el recientemente liberado Wilfredo Oscorima se dio un baño de multitud en la Plaza de Armas de Huamanga. “Ayacucho lo necesita”, gritaba un entusiasta animador desde el estrado principal y la gente estallaba en aplausos. El gobernador regional se emocionó en el escenario y gritó: “En estos meses ha imperado la anarquía, la repartija y la corrupción”. Esto dijo quien había sido encarcelado por comprar maquinarias por 20 millones de soles, burlándose presuntamente de los controles de procesos de adquisición del Estado.

Cuando todos pensaban que Oscorima estaba desprestigiado, deslegitimado y que ya era un cadáver político, volvió para encabezar al Gobierno Regional de Ayacucho con bombos y platillos, gracias a una absolución del Poder Judicial. La gente lo recibió a lo grande. Aquí no había pasado nada.

El nivel de tolerancia de los peruanos a los actos irregulares de nuestras autoridades son altísimos, y más en los sectores más pobres. Eso puede explicar cómo el regreso del discutido gobernador regional haya tenido tanta aceptación.

Por otro lado, en una encuesta de Datum, entre los que son muy tolerantes y bastante tolerantes a la corrupción se encuentra el 80% de peruanos. En tanto, el 63% está de acuerdo con que a los “peruanos, en el fondo, la corrupción les da lo mismo”, precisando que en el sector E la cifra sube al 69.6%.

En tanto, los empresarios estiman, según un sondeo de Centrum Católica, que los organismos más corruptos son el Poder Judicial (88.4%) y los gobiernos regionales (72%). Queda claro que esta es la percepción de muchos. Hará falta más que entusiasmo y mítines para que los gobiernos regionales reviertan esta situación.