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Algunas pocas voces con cierta llegada en la prensa han criticado, a mi juicio, infundadamente, el viaje del presidente de la República, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) -autorizado por el Congreso-, a la hermana República de Colombia para participar el día de ayer, junto a otros líderes de la región y del mundo, en el acto histórico de la firma del Acuerdo de Paz en ese país. En defensa, stricto sensu, de la institución presidencial, diré lo siguiente. En primer lugar, PPK es el presidente de todos los peruanos, una calidad jurídico-política que ganó en las urnas legítimamente, y en esa condición ostenta dos cosas: uno, la representación por excelencia del Estado -que también la puede tener cualquier ciudadano que reciba el honroso encargo de representar a la patria en una misión ad hoc-; y, dos, la personificación de la Nación peruana. Esta segunda cualidad es exclusiva del presidente, es decir, nadie la cuenta en el Estado. La personificación está consagrada en la Constitución Política y ese es un atributo intrínseco que en la teoría de la ciencia política y del derecho constitucional, significa la humanización del Estado peruano en la figura del mandatario, esto quiere decir, que por este carácter, el Estado peruano, se desplaza, habla, aplaude, ríe, llama la atención, etc. En segundo lugar, por la condición anterior, todo lo que diga o haga PPK técnicamente compromete al Perú, generando por sus actos responsabilidad internacional. En tercer lugar, y derivado de las reflexiones anteriores, el presidente debe materializar la acción y presencia internacional del Estado en la comunidad mundial con posición, pues, además, es el titular de la dirección de la política exterior del país, o lo que llamamos, de su vida internacional. El Estado, en consecuencia, a través del presidente, se relaciona con los países vecinos y en general con la comunidad internacional o es que acaso pretendemos un Estado paria. Seamos ser sensatos.