Quizá usted es parte de ese 30 por ciento que todavía no sabe por quién votará. Los que hoy encabezan los sondeos apenas rodean el 10 por ciento del electorado, falta mucho por crecer para definir. Si usted se sigue rebanando la cabeza para elegir, dentro de este abanico de candidatos presidenciales es, obviamente, porque no tiene un favorito que destaque sobre el resto, que le gusta y a quien le cree, sin dudar.
Entonces le sugiero un experimento que le aleje de ciertos prejuicios y de la simpatía, o antipatía, que a veces nos crea espejismos. Lo ideal, separando al candidato, sería evaluar programas de gobierno, pero realmente no los tienen. O lo que tienen son rollos que no ayudan mucho a diferenciarlos, en lo ideológico o lo programático.
A lo mucho, esos planes sólo sirven para detectar quién es más populista que otro, es decir, que ofrece lo que quizá no pueda cumplir. El mentiroso. En lo ideológico, la mayoría se mete en arenas movedizas, ambigüedades, que les permiten oscilar de un lado a otro, según sople el viento del electorado. Sin embargo, hay dos cosas fundamentales que no necesitan un rostro. Fíjese usted y decida qué opción le da más confianza en la lucha contra la corrupción.
Esta es nuestra peor tragedia y sólo quien asegure un trabajo para neutralizar esa epidemia podrá devolverle la decencia a la política. De lo contrario, el cáncer continuará. El segundo de los criterios, que tampoco necesita que le ponga cara, es elegir el partido que, si gana, tenga capacidad de atraer a los que derrotó y los sume a la tarea de gobierno.
Es vital que los perdedores den vuelta a la página y se reúnan alrededor del ganador. Esto que suena a inocentada define la madurez de la clase política y, en consecuencia, de sus electores. Lo que es mucho pedir. Usted cree que ellos si serán capaces de combatir y neutralizar la corrupción y de trabajar junto a otros partidos políticos, incluyendo los que fueron derrotados, en armonía y equilibrio de poderes, en una fiscalización sana y necesaria. Esa será la mejor decisión que podrá tomar, pese a que ya sabemos que hemos tenido que elegir entre una oferta mediocre.