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Si un descubrimiento dejó la entrevista de Beto Ortiz a Keiko Fujimori fue que la lideresa de Fuerza Popular nunca superó la derrota electoral del 2016. Hasta el día de dicha presentación televisiva, la primera desde la campaña, no había elementos para una afirmación de ese tipo; pero en esa fecha quedaron al descubierto. El lenguaje corporal complementado con la comunicación verbal, la sensación que dejó la excandidata de que en realidad le robaron la elección, y el énfasis que puso al señalar que Kuczynski perdió la sindéresis y elevó en demasía la virulencia verbal entre la primera y la segunda vuelta (“hijo de ratero, ratero es”) permitieron escanear la radiografía sicológica de Keiko y mostrarla al país sin ambages ni ambigüedades. Allí está la razón completa y fundamentada del demoledor encono que ha mostrado la oposición fujimorista en el Congreso. Y allí está también la razón por la cual ahora ha tendido puentes con Martín Vizcarra y le ha ofrecido un respaldo inusitado para una oposición, casi un Gobierno de conciliación nacional, una especie de transición prolongada que va mucho más allá de los ocho meses que usó Valentín Paniagua. ¿Es un error de Keiko esta actitud revanchista y beligerante que no tiene en cuenta al país? Seguro que sí. ¿Está forzando FP una figura inasible como la incapacidad moral permanente para forzar la vacancia? Es probable que también. Sin embargo, también resulta incuestionable que PPK cometió yerros y que está pagando por ellos. La conclusión es que el Presidente ha desperdiciado la gran oportunidad de catapultar la economía del país con su triunfo del 2016 y Keiko empezó a hacer trizas la suya para el 2021.