Ya está oliendo muy mal el caso protagonizado por el exfuncionario villaranista Gabriel Prado Ramos, quien según información proporcionada por la Policía de Andorra, y que ha sido difundida por el diario español El País, tiene en esa nación europea una cuenta bancaria, la cual está vinculada a los sobornos pagados por la corruptora constructora brasileña Odebrecht, que solía darles dinero a los delincuentes enquistados en la administración pública para ganar licitaciones.

Atención que esta información ha sido divulgada desde España, como para que Susana Villarán y los pocos amigos que le quedan no salgan a decir que se trata de un complot de los rivales o de los medios o de quien sea contra la “eficientísima” y “honestísima” gestión de la señora que, entre otras cosas, aún no puede explicarle al país de dónde salió la plata para la campaña en contra del proceso de revocatoria del año 2013.

Prado Ramos lo ha negado todo tras varios días de silencio y afirma que no tiene ninguna cuenta en Andorra ni en ningún otro país que no sea el Perú, pero la información publicada por El País, que se basa en un informe policial, dice lo contrario. Recordemos que el caballero trabajó para la cuestionada gestión de Villarán luego de ser el experto en seguridad ciudadana de la ONG Instituto de Defensa Legal (IDL).

Habría que preguntarse si el Ministerio Público ya está haciendo su trabajo una vez conocida la información sobre Prado Ramos, quien fue parte de una gestión municipal que suscribió dudosos contratos con Odebrecht y que se salvó de ser revocada a través de una millonaria campaña que incluyó la contratación del asesor “Luis Favre”, el favorito del brasileño Partido de los Trabajadores, vinculado hasta el delito con la siempre “generosa” constructora.

También habrá que ver si en el Congreso la legisladora izquierdista Marisa Grave se muestra dispuesta a pedir que citen al villaranista Prado Ramos, tal como lo haría si el hombre fuera un fujimorista o aprista caído en desgracia. En la lucha contra la corrupción nadie debe tener corona, y menos los que han hecho carrera política -y mucha plata también- mostrándose como los abanderados de la decencia y la honestidad.