Lo dijimos y lo reiteramos: la salida del poder de Nicolás Maduro será por dos frentes simultáneos y paralelos, y, además, permanentes, es decir, sin pausa. Estos son el internacional, donde la Organización de Estados Americanos (OEA) de la era Almagro jugará, como hasta ahora, un incuestionable rol que a todas luces se ha vuelto crucial, sobre todo porque tiene la llave maestra para la aplicación de la Carta Democrática Interamericana, instrumento del foro aprobado precisamente en Lima el 11 de setiembre de 2001 para salvaguardar la vigencia del sistema democrático y al que Maduro le tiene miedo en el fondo, de lo contrario no habría viajado hasta La Habana para valerse del ALBA con el fin de neutralizar su objetivo panamericano; y el interno, que supone a su vez dos frentes más al interior de la propia Venezuela. 

El de las Fuerzas Armadas y, de otro lado, la oposición en las calles. En cuanto a la cuota que corresponderá a las Fuerzas Armadas democráticas y que sí saben apreciar el valor de los principios democráticos, esta será determinante. 

Maduro ha neutralizado en el pasado algunos intentos de sus miembros que han buscado doblegar a la cúpula militar no democrática que tiene bajo amenaza a gran parte de los castrenses venezolanos. De prosperar una acción estratégica de muchos generales y coroneles hartos del régimen, las posibilidades para sostener el final de Maduro son muy altas; junto a la disidencia de las Fuerzas Armadas democráticas está la participación de los partidos políticos de la oposición congregados en torno de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que ya ha demostrado que solamente en equipo y realmente unidos son efectivos y eficaces. Finalmente, la acción de la civilidad tiene un único escenario, las calles, como acabamos de ver ayer en las de Caracas. Las protestas sociales no pueden parar. La presión es capital para acabar con la dictadura.