¿Alguien creerá realmente que la casi callejonera pugna por la conducción de la Mesa Directiva del Congreso tiene que ver con eso de “primero es el Perú” que nos pretenden hacer creer, o con la defensa del “equilibrio de poderes” que agita como un gastado pendón de combate una parte de la oposición parlamentaria? ¿O quizá con el imperativo de “gobernabilidad”, que es el maltrecho caballo de combate del oficialismo?

¿Y podemos pensar, con ingenuidad, que los resultados de esas pugnas, tendrán alguna consecuencia relativamente importante en los problemas que tiene el país? Nos referimos a los problemas económicos, de seguridad, salud, por ejemplo. Lo dudamos mucho. Son, en el fondo, escaramuzas con algunos heridos y contusos, buscando emplazamientos mejores o menos desastrosos para las elecciones de 2016. Y en este objetivo, obviamente, el control de la conducción del Congreso puede tener ventajas y producir dividendos. Para sectores oposicionistas, sería una victoria parcial importante dentro de su ofensiva de arrinconamiento del oficialismo y su gobierno, desplumándolo completamente en este frío limeño para hacerlo llegar con pulmonía galopante. Para el humalismo, su casi cantada derrota es un coletazo de ballena contra su frágil embarcación, que flota a duras penas entre tormentas causadas por ellos mismos, en penosa soledad y permanente acoso por sus nuevas amistades de la derecha que no lo pasan, abandonados por sus amigos de las primeras horas, decepcionados, traicionados o expectorados por las puertas de servicio.

Los candidatos en liza, Luis Iberico y Víctor Andrés García Belaunde, se encuentran en el centro de una sorda lucha, enconada por momentos y adornada con frases de forzada cortesía política entre dientes. Se desliza que Iberico sería el caballito de Troya del fujimorismo y que García Belaunde lo sería del oficialismo. Por ahí asoma una tercera posibilidad aún no definida. En fin, nada está dicho todavía.