Con poco disimulado aire de superioridad y desprecio, el ministro de Economía, Alonso Segura, al responder sobre la participación de los jóvenes en la elaboración de la denominada juvenilmente “Ley Pulpín”, expresó que está hecha “técnicamente”. ¿No existen, por ventura, en el Perú, jóvenes profesionales o dirigentes sindicales que pudieron aportar? ¿Es que solo estos genios de la burocracia tecnocrática internacional son capaces de diseñar una “ley técnica”?

¿Quiénes son tales superdotados? Los técnicos “químicamente puros” del Ministerio de Economía, jamás contaminados por el veneno de lo social, los derechos, las libertades, las reivindicaciones. Nos observan con curiosidad desde sus lejanas galaxias y nos lanzan de cuando en cuando sus ideas para experimentar con nosotros, hoy con los jóvenes, para ver qué les sale bien y qué les sale mal. Piero Ghezzi, ministro de la Producción, nos ha dicho: “Hay que ver cómo funciona en la cancha” (¿habrá querido decir “en la concha”?)… ¿Mientras tanto qué? Nos seguirán mirando con sus microscopios neoliberales para analizar con su privilegiada inteligencia las consecuencias de la ley y para ver “cómo funciona un año” y luego decidir, por sí y ante sí, si le da la gana continuarla o modificarla. Son una especie de modernísimos doctores Mengele del capital transnacional con licencia para utilizar el bien afilado bisturí de la libre competencia y experimentar con nuestro cuerpo social.

¿Dónde anda el otrora ubicuo ministro de Trabajo? ¿No es su ministerio el encargado de manejar las cosas laborales? En la elaboración, discusión y aprobación, estuvo mudo, sordo y ciego. ¿No tiene nada qué decir? ¿O no sabe qué decir? El ministro Segura lo madrugó, lo subordinó, lo desapareció, lo hizo puré. Y él lo sigue hoy mansamente, arrastrado de narices, ahogado y casi sin resuello.

Son estas tecnocracias las que tienen en sus manos nuestras vidas. Son los nuevos ÁTROPOS de la mitología, la Parca encargada de cortar el hilo de la vida. Y vaya que nos lo están cortando. Tecnocracia con alma de mercado libre, con el corazón de interés bancario y costo laboral, autoenvenenados alegremente con el espíritu del Shylock shakesperiano de “El mercader de Venecia”.

Adenda:

Jorge Toyama, conocido laboralista no precisamente de izquierda, dice de esta ley: “No será utilizada por las pequeñas empresas… sino por las medianas y grandes”.