“Cuando las dos bombas enemigas destruyeron la torre del comandante, cayó un cuerpo a la cubierta del sollado de la torre de combate y a la voz de ¡ha muerto el comandante! ese cuerpo fue llevado a la cámara. Por el humo que cubría todo el sollado y pasajes de combate, no se pudo reconocer el cadáver, así es que durante el combate estábamos en la creencia de que el cadáver del Contralmirante estaba en la cámara de popa. Cuando me quedé solo, me dirigí inmediatamente a la cámara de popa y todos mis trabajos fueron inútiles: entre todos los cadáveres no se encontraba el que yo buscaba”. contaría años después Pedro Gárezon, que con apenas 28 años era el oficial más antiguo que quedaba en el monitor tras una hora de combate.

Acosado el Huáscar desde 200 metros por los blindados,Blanco Encalada Cochrane, a la muerte de Grau lo sucede el capitán de corbeta Elías Aguirre. Los cañones de 300 de la torre Coles estaban desmontados o sus servidores muertos, pero al blindado peruano le quemaba aun el corazón para pelear. Ignorando los disparos que llovían sobre cubierta, Aguirre muere minutos después por una granada del Blanco Encalada, cuando intentó espolonearlo. Había sacado la cabeza por una de las troneras de los cañones para dirigir los fuegos personalmente y una bala de cañón le arrancó el cráneo, dejando apenas la quijada.

Lo sucede el teninente primero José Melitón Rodríguez, y es también decapitado por un proyectil mientras dirigía los fuegos desde la Torre Coles, al haber quedao inservible la torre de mando donde Miguel Grau y Diego Ferré murieron. El capitán de fragata Melitón Carvajal -jefe del estado mayor de la Primera División Naval- está severamente herido y con quemaduras, y el teniente Enrique Palacios pierde la mándibula inferior por una esquirla de metralla.

El teniente primero Pedro Garezón Thomas fue el último comandante del Huáscar. Él personalmente encuentra e identifica los únicos restos mortales que se conservan hasta hoy del comandante del monitor.

“Después de abordado el ‘Huáscar’, por embarcaciones al mando de tenientes del ‘Cochrane’ y del ‘Blanco Encalada’, yo me negué a ser conducido prisionero con los únicos tres oficiales de Guerra de la dotación que quedaron conmigo en combate; tenientes segundos SS. Canseco y Santillana y alférez Herrera. La razón fue por no haber encontrado hasta esos momentos (11h 50 m. a.m.) los restos del Contralmirante Grau, y haber sido yo el último en quien había recaído el mando del buque.

(...) Rebuscando los escombros dentro de la torre encontré, confundido con las astillas de madera y pedazos de fierro, que ahí existían, al lado de estribor y como a la altura de un metro, un trozo de pierna blanca y velluda, sólo desde la mitad de la pantorrilla al pie, el que estaba calzado con botín de cuero; y la capellada del botín había desaparecido como si se la hubiese cortado cuidadosamente con una cuchilla muy fina sin dañarse la suela ni las uñas de los dedos que estaban completamente desnudos; por la situación de ellos conocí que era pierna derecha; esto fue todo lo que encontré de 4 a 5 de la tarde. (...)

Yo tengo la plena seguridad que esos restos son del Contralmirante Grau: 1º porque yo había estado sirviendo con él cinco años y lo conocía bastante, y 2º porque en la torre del comandante no estaban más personas que él y su ayudante Ferré; el cuerpo de éste se encontró íntegro: luego, lo que en ese lugar encontré, tenía que ser del Contralmirante Grau.”

Pedro Garezón tenía 28 años y era, repito, el oficial más antiguo a bordo del monitor que seguía con vida cuando decide abrir las válvulas para hundir la nave frente a Punta Angamos.

“Eran las 10.10 a.m. cuando se suspendieron los fuegos del enemigo. El buque principiaba ya a hundirse por la popa y habríamos conseguido su completa sumersión si la circunstancia de haber detenido el movimiento de la máquina, no hubiera dado lugar a que llegaran al costado las embarcaciones arriadas por los buques enemigos, a cuya tripulación no nos fue posible rechazar por haber sido inutilizadas todas las armas que teníamos disponibles” registra Gárezon en el parte oficial del combate que escribe luego de ser tomado prisionero.

“Yo y el segundo ingeniero fuimos amenazados con revólver al pecho diciéndonos que moviésemos la máquina y sacásemos el agua; nosotros rehusamos el hacerlo por ser prisioneros de guerra; pero nos dijeron que los ingenieros del “Rímac” habían sido forzados a entregar la máquina bien y que nosotros teníamos que hacerlo so pena de morir", refiere Samuel Mac Mahon, primer ingeniero del monitor Huáscar en su parte de guerra.

Con 33 muertos -casi todos los oficiales y jefes- y 27 heridos, la pelea había terminado. Nacía la leyenda.