La “promesa” del presidente Pedro Castillo de vender el avión Boeing 737–528 de la Fuerza Aérea del Perú (FAP) que suele ser usado por el mandatario de turno para sus desplazamientos oficiales, no es más que demagogia lanzada por un mandatario que cree que sigue en campaña y no se da cuenta que desde el poder hay que actuar con responsabilidad antes de ponerse gritar en una plaza a fin de ganar aplausos y tratar de llevar el foco de atención lejos del desmadre que significa su administración.
Pese a que durante la pandemia del COVID-19 quedó demostrado que necesitamos más aeronaves de gran capacidad para atender emergencias, tenemos ahora al presidente Castillo ofreciendo deshacerse de un activo vital de la FAP que si no le gusta, bien podría ser utilizado en un 100% para cumplir con diferentes misiones en favor de la seguridad nacional o de cubrir las necesidades de peruanos en zonas alejadas que se vean afectadas por algún tipo de desastre.
Esta “idea” de vender el avión de la FAP que suele ser asignado al mandatario para sus viajes oficiales, es una “promesa” similar a ese absurdo lanzado por el presidente Castillo el 28 de julio último, cuando dijo que Palacio de Gobierno sería un “museo” y ya no la sede del Poder Ejecutivo. Si el profesor no sabe de qué está hablando, ¿no hay nadie a su alrededor que le haga pisar tierra y evite que el jefe del Estado ande haciendo tremendos papelones?
Antes de pensar en ganar aplausos del “pueblo” con anuncios tan efectistas como irrealizables, el presidente Castillo debería, por ejemplo, preocuparse por mejorar la educación pública, algo que no podrá hacer con un ministro como el actual, Carlos Gallardo, quien más parece que juega a favor de docentes que se niegan a ser evaluados, que por la buena formación de niños y jóvenes que no pueden ir a un colegio particular.
Lo mismo debería hacer con el titular de Transportes y Comunicaciones, Juan Silva Villegas, quien está dispuesto a ceder ante los pedidos de los responsables de las combis piratas y buses asesinos, en lugar de proteger la vida de los peruanos más pobres que viajan en transporte público al no tener un auto propio o no poder desplazarse en avión a provincias. Lamentablemente, más puede la demagogia y el floro barato antes que las acciones concretas en favor de los ciudadanos.