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Que las FARC reiteren que van a renunciar a las armas, a estas alturas de todo lo acontecido, no debería sorprendernos. Lo dijeron de mil maneras durante el proceso de negociación en La Habana que duró más de cuatro años y lo reiteraron el día que firmaron el Acuerdo de Paz Integral y Definitivo, el pasado 26 de setiembre.

El asunto no va por allí. Me explico. Ahora que el resultado del plebiscito ha sido el triunfo del NO, es decir, el rechazo de la mayoría de colombianos al acuerdo de paz, el panorama es distinto. Ya sabemos también que ambas partes -el gobierno y las FARC- pero sobre todo los alzados, a través de su comprometido firmante del acuerdo, Timochenko, el último domingo, reiteraron que se mantiene el cese de hostilidades y que, en consecuencia, renuncian a cualquier nuevo escenario de conflicto. Pero eso, ¿quién lo puede asegurar? Las FARC cuando vociferan de mil formas que van a renunciar a las armas ¿están diciendo acaso que entregarán sus armas en los próximos 180 días a pesar del fracaso del plebiscito para su contraparte? En otras palabras, ¿aceptarán renegociar el acuerdo de paz desarmados? Dudo que así sea. Quien negocia debe hacerlo con el respaldo de una fortaleza, sea militar, económica, etc. Nadie que no la cuente podría transar en igualdad de oportunidades y posiciones. Esto último es una regla de la negociación en que se busca ser maximalista. Las partes se van a sentar otra vez en una mesa de negociación, pero ¿qué garantía existe de que si no lograran ponerse de acuerdo en temas sensibles, como por ejemplo el asunto de los alcances de responsabilidad penal de los cabecillas que buscaban evitar la cárcel por sus actos -que fue tan cuestionado por los promotores del NO-, los guerrilleros no decidan levantarse de la mesa y vuelvan a las montañas para la lucha armada, hasta esperar nuevas condiciones? Están alertados los negociadores del gobierno colombiano. Es puro realismo político.