En Argelia, la intolerancia por retener el poder hace crisis en su gobierno. Lo voy a explicar. En este país árabe africano, que integra la denominada región del Magreb junto a Túnez, Libia, Marruecos y Mauritania, la compleja situación política centralizada en la figura del presidente Abdelaziz Bouteflika, un anciano de 82 años de edad, que primero había anunciado mediante una carta en febrero pasado que de todas maneras iba a candidatear a las elecciones para un quinto mandato, previstas para el próximo 18 de abril, por las protestas sociales de los últimos días, ha terminado retrocediendo aunque sin tener la intención de dejar el cargo en lo inmediato.

Argelia, con 42 millones de habitantes, entonces, cuenta con un presidente que retiene el poder desde 1999 -ha ganado las sucesivas reelecciones (2004, 2009 y 2014)-, y que desde el 2013 se encuentra físicamente disminuido por un evento cerebrovascular que lo mantiene postrado en una silla de ruedas, incapacitándolo para el ejercicio pleno de sus facultades como jefe de Estado, pues habla con dificultad y sus movimientos motores, gruesos y finos son cada vez más lentos y torpes. Desde ese año, su gente más cercana ha llevado adelante un conjunto de medidas para no perder el poder. Los argelinos lo saben y ahora buscan que el capítulo Bouteflika acabe cuanto antes y para siempre. No quieren otra posibilidad de las múltiples que el gobierno viene ofreciendo. Existe un hartazgo social inocultable en todo el país y los jóvenes, principalmente, salieron a las calles de Argel, su capital, y ciudades importantes como Selif, Tizi y Bejala.

Quienes lo vieron como providencial en 1999, al neutralizar una guerra civil al final de la “Década negra” en el país que se cobró alrededor de 200,000 muertos, ahora después de 20 años en el poder, solo lo quieren fuera del mismo. Como Venezuela, Argelia tiene enormes recursos naturales. Su economía depende en un 95% de los hidrocarburos -es el 40% de su PIB-, mineral que en el 2014 hizo crisis y que el gobierno no ha sabido articular para superarla, provocando grandes frustraciones en su población mayoritariamente joven. Como en Venezuela, los militares tienen en sus manos el futuro de Argelia.